Conferencia de Zimmerwald y
la batalla ideológica
En la situación actual, donde el fascismo muestra sin pudor sus nalgas, la izquierda real, la izquierda antiimperialista, los partidos comunistas revolucionarios, con algunas excepciones, han quedado reducidos a meros núcleos residuales, en el mejor de los casos a testimonios.
Estamos en una situación similar a la de hace 90 años, cuando prácticamente todos los llamados partidos obreros europeos apoyaron a sus respectivas burguesías en la Primera Guerra Mundial.
Sin embargo, en septiembre de 1915, cerca de Berna (Suiza), tuvo lugar una reunión de la izquierda socialista contra la guerra. Un puñado de dirigentes, en realidad 38 delegados de 11 países, se reunieron para contribuir a la reorganización del movimiento obrero. El amplio espectro de asistentes, desde mencheviques como Martov, centristas como Trotsky, hasta bolcheviques como Zinoviev y Lenin, hizo imposible un acuerdo firme, pero Zimmerwald puso las primeras piedras para construir la Tercera Internacional y oponerse a toda forma de colaboracionismo y oportunismo con la burguesía y la guerra imperialista.
Existen analogías claras con la actualidad. La crisis general, estructural del capitalismo senil y agonizante va acompañada del derrumbe de lo que queda del naufragio de los partidos comunistas.
Dado el estado general de amorfo y estancamiento de las organizaciones sindicales occidentales, del discurso ciudadano y transversal de los “pequeños izquierdistas”, alineados y subordinados al binomio UE/OTAN, hipotecados al imperialismo anglo-yanqui-sionista, es imprescindible resistir, desentrañar e intervenir.
Esto significa no tener que unirse a una de las dos facciones del imperialismo que, en una disputa caníbal, pretenden perpetuar, a través del capitalismo de choque y de la guerra, la hegemonía imperialista cada vez más cuestionada en la mayoría del planeta.
La clase trabajadora gallega no tiene por qué elegir a Biden frente a Trump, son dos caras de la misma moneda. No podemos dejarnos engañar por el discurso progresista de que el Partido Demócrata estadounidense es mejor que el Partido Republicano. Es tan falso como decir que el PSOE es muy diferente del PP. Ambos representan los intereses del bloque oligárquico español. No podemos seguir siendo marionetas del imperialismo.
Debemos resistir la inmensa presión de las tendencias woke, inoculadas por la propaganda y el aparato ideológico imperialista, que sólo nos esterilizan y fragmentan con demandas parciales, grotescas, algunas hasta absurdas y aberrantes, altamente funcionales para entretenernos y engañarnos sobre quiénes son nuestros verdaderos enemigos y cuáles deben ser nuestras tareas prioritarias.
Es fundamental hacer frente a este caviar y a este “izquierdismo” digital que se ha desarrollado durante décadas en los laboratorios universitarios y en los centros de estudios de fundaciones como Soros o Ford.
Tenemos que enfrentarnos a la teoría de dominación de espectro completo que emana de las agencias de inteligencia y contrainsurgencia de la OTAN, que han logrado controlar prácticamente todo, devorando la más amplia variedad de "alternativas ideológicas y políticas". Desde un núcleo neonazi, pasando por la dirección de todas las fuerzas políticas parlamentarias y sindicales, las élites universitarias, los periodistas, hasta el colectivo más “alternativo” que se declara antifascista, antirracista y anticapitalista.
Y debemos hacerlo con valentía e inteligencia, desde la perspectiva revolucionaria del marxismo-leninismo.
Tenemos que combatir este desprecio por lo popular como feo, burdo y vulgar que caracteriza la narrativa posmoderna, de quienes se burlan de la tradición obrera por heteropatriarcal, de los obsesionados con el lenguaje inclusivo, de la causa del poliamor, de la deconstrucción masculina, de quienes niegan el sexo biológico, con esta “izquierda gelatinosa” en palabras de Néstor Kohan, cuyo centro de gravedad está en el discurso claramente eurocéntrico y clasista. Si posponemos esta tarea por miedo a ser crucificados, si no la hacemos ahora, estamos condenados a la derrota final.
No podemos evitar enfrentarnos al caldero identitario en el que se encuentra hoy nuestra “izquierda”, en el movimiento soberanista gallego.
Sé que este discurso es políticamente incorrecto e incómodo, porque está falsamente acusado de reaccionario y similar al de ciertos movimientos de extrema derecha, pero los verdaderos comunistas somos leninistas, y por eso no abandonamos la polémica, por dolorosas que sean sus consecuencias. No podemos ceder ante la nueva inquisición que, mediante un silencio cómplice y cobarde, se impone día a día al movimiento popular.
Hay que hacer frente a esta izquierda frívola y promiscua sin complejos, combatirla sin tregua, purificar la contaminación que la afecta, esta pandemia identitaria, rescatar los principios fundadores, adaptar la línea obrera y de liberación nacional al mundo del siglo XXI.
Sólo con una guerra frontal contra la agenda progresista, contra la Agenda 2030, que renuncia a la soberanía de los pueblos y niega la contradicción principal Capital-Trabajo.
Sólo con una guerra frontal contra estos "izquierdistas" de confeti que niegan a la clase obrera como sujeto revolucionario, que renuncian a la independencia de clase y, en nuestro caso, a la lucha por la liberación nacional, podremos salir del laberinto y el aislamiento en que estamos atrapados y abandonar nuestra indigencia organizativa.
Sólo a través de la lucha de ideas podremos recuperar paulatinamente los principios fundadores y sentar bases sólidas para reorganizar el campo comunista. Estamos conscientes que sólo el proletariado tiene la capacidad y el potencial para apoyar las múltiples rebeliones y dirigir la lucha popular contra tantos estafadores, malabaristas y charlatanes.
El fascismo sólo se puede combatir con un programa obrero y de liberación nacional, con una alternativa auténticamente revolucionaria de carácter integral.
No se lucha con la metafísica, ni con las abstracciones de discursos líquidos aparentemente atractivos pero inofensivos.
Debemos recuperar nuestra mejor tradición revolucionaria, en nuestro caso la de Benigno Álvarez y Moncho Reboiras, la del comunismo patriótico gallego, la del independentismo insurgente, la del nacionalismo popular que no cedió ante la farsa de la Transición y hoy, en medio de contradicciones, no se rinde a su compromiso antiimperialista.
No podemos pintar con colores la bandera roja de la Comuna de París y del levantamiento bolchevique de octubre de 1917, ni la epopeya de los T-34 rusos que liberaron Berlín en la primavera de 1945.
Sé que no hay fórmulas infalibles, pero tengo claro que hay ideas fuertes que permiten frenar la sangría y sentar las bases para salir del pozo. Es necesario revertir la deconstrucción de la identidad insurgente y rebelde que permitió 1917, 1949, 1959, 1975, 1979, 1992, por mencionar solo algunas de las referencias a las victorias e inicios de los procesos revolucionarios del siglo XX.
Para no perecer en esa confusión y ese tumulto planificados, debemos comprender las sabias advertencias de Marx, cuando condenó a sus imitadores con un "sólo sé que no soy marxista", cuando denunció que "sembré dragones y coseché pulgas".
Carlos Morais