ANTE LA TAREA DEL RELATO (Continuación del Análisis metafórico convivencial)

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ANTE LA TAREA DEL RELATO

(Continuación del Análisis metafórico convivencial)

Ha pasado ya bastante tiempo desde que nos encontramos incluidos, en contra de nuestra voluntad, en ese Grupo Convivencial establecido y dominado por los vecinos del último piso de nuestro edificio, tanto que hasta casi nos hemos acostumbrados a oír cómo en nuestro propio entorno se habla con naturalidad del “Grupo”, como si se tratase de una entidad natural a la que perteneciéramos desde siempre o hacia la que nuestro destino en lo universal nos empujase. Es frecuente oír expresiones como “aquí en el Grupo” o “en nuestra casa y en el resto del Grupo”, que contribuyen a deteriorar el sentido identitario de nuestra vivienda. 

 A lo largo de ese tiempo, hasta en nuestra propia vivienda familiar han ido surgiendo posturas diferentes respecto a este conflicto de vecindad y propiedad que padecemos, situación tan kafkiana que incluso hay quien la niega, asegurando que eso del conflicto es un invento que nos hacemos. Uno de nuestros hijos, el pequeño, ha puesto todo su empeño, durante bastantes años, en intentar superar esta situación de injusticia, enfrentándose con el Vigilante de Seguridad e incluso con los mismos vecinos del último piso, esos que le dan las órdenes, rompiendo alguna vez la cerradura del portal o intentando colocar una cerradura en la puerta de nuestra vivienda, tal como la que teníamos antes de esto que algunos llaman “nuevo estatus”.

  Pero el pobre chaval ha salido malparado, pues ha sido uno contra muchos y ha recibido demasiados palos. Incluso se ha enfadado con su hermano mayor, más pragmático, quien es más partidario de abordar las cosas “con realismo”, como dice él, pues considera que una buena gestión de las cosas permite sacar más beneficio que andar intentando conseguir lo imposible, la utopía; que hay, lo que hay. Así que, al final, este hijo que se enfrentaba a los ocupantes de nuestra vivienda ha tirado la toalla, máxime cuando otro de los hermanos que era uña y carne con él y le apoyaba en su pelea, también parece que se ha adherido a las tesis del hermano mayor, lo de “la gestión institucional nos hará libres”. Ha dejado tiradas por ahí todas sus cerraduras y sus destornilladores y se ha marchado de casa.

 Su hermana siempre ha mantenido una actitud menos definida respecto a la ocupación de nuestra vivienda, quizás por su temperamento; incluso ha hecho buenas migas con uno de los hijos de los de arriba, que desde el principio se bajó a vivir a una de nuestras habitaciones. Ambos dicen que se sienten tanto de aquí como de arriba y se llevan como hermanos. Nos dicen y nos insisten en que tenemos que ser más modernos y llevar las cosas por la vía democrática, que consiste en hacer lo que decidan las mayorías; y como los que estamos empeñados en reclamar los derechos sobre nuestra vivienda, los padres y algunos de los hijos, somos minoría respecto al resto de familias que viven en el edificio, no pintamos nada. Enviamos un delegado del hijo mayor al piso de arriba con una propuesta de relaciones y le mandaron a casa sin ni siquiera discutirla.

 Estas consideraciones me han hecho recordar lo que le pasó a una familia saharaui que vivía en el portal siguiente al nuestro. Eran bastantes, unos 10 entre padres, abuelos e hijos, aunque los abuelos no salían casi nunca de casa. Les entraron en casa, aprovechando que estaban los abuelos solos, una docena de marroquíes y cuando llegó el resto de la familia les dijeron que como eran más que los saharauis, se haría lo que ellos decidieran. Y decidieron quedarse en el piso y echar a la calle a los dos hijos de los saharauis que más protestaban. Tuvieron que irse a vivir a una chabola en un descampado.

 Nosotros somos ya mayores y no tenemos los arrestos que hay que tener para andar continuamente peleando con los del piso de arriba, por la recuperación del control de nuestra vivienda arrebatada y al mismo tiempo discutiendo con los de casa, con nuestros propios hijos, sobre estrategias pragmáticas, convivencias pacíficas, gestiones exitosas, cogobernanzas bilaterales y todas esas cosas, que se nos antojan más bien simples disculpas para el abandono de la pelea por nuestros derechos, que siendo legítimos, legitiman nuestra resistencia ante la injusticia de nuestra situación de atropello. Sólo queda uno de los hijos, la pequeña, que parece que no se resigna ante la injusticia. Pero es muy joven aún para afrontar sola esa tarea; quizás dentro de unos años tenga la convicción y energía suficientes para defender la casa de los padres, que es también la suya.

 Lo increíble es que ahora nos vengan los de arriba con el tema de que tenemos que elaborar entre todos un relato de las vicisitudes que han venido ocurriendo con esto de la ocupación de nuestra vivienda, no desde las fechas en que ellos la ocuparon, sino desde que nuestro hijo menor comenzó a darles guerra. Pero nos advierten que, si bien se pueden hacer relatos desde distintas sensibilidades, en ningún caso se podrán hacer de tal forma que alimenten la “teoría del conflicto” o afecten a la convivencia, además de atenerse a las líneas maestras que ya están determinadas en la Normativa Común que constituye la Ley fundamental que nos sigue regulando el funcionamiento de este Grupo Convivencial al que pertenecemos desde que fuimos incorporados, por la fuerza, al mismo.

 Hay un documento elaborado por ciento y pico intelectuales, que se han reunido y plasmado en él la forma en que creen debieran llevarse las cosas respecto a este tema (ellos también dicen que no es “conflicto”, sólo “tema”). Propugnan “una equilibrada articulación del conjunto del sistema” (casi no les entiendo) y hacen referencia a la “convivencia de identidades y sentimientos de pertenencia diversos como garantía de paz”. Está muy bien escrito, de forma armoniosa y casi poética, pero no acabamos de ver qué solución proponen respecto a nuestra reclamación de que podamos volver a tomar las decisiones que creamos oportunas para nuestra vivienda. Devuélvasenos la propiedad y el control de nuestra vivienda, que ya pensaremos luego, sin ninguna imposición externa, si nos mantenemos aislados o hacemos cosas comunes, como un seguro colectivo de viviendas o lo que fuera, con otras viviendas del bloque. Que si este fuera el caso, nosotros decidiríamos con qué viviendas y en qué condiciones lo haríamos.

 ¡Ah! Nos acabamos de enterar que los que tomaron por la fuerza el control de todas estas viviendas, incluida la nuestra, también han elaborado su propio relato de lo que dicen ha pasado aquí en los últimos años y lo van a repartir para que sea estudiado en todas las viviendas que han ido acaparando y hasta en la escuela del barrio. Mientras tanto, mucha democracia, mucho relato y mucha convivencia, pero seguimos sir recuperar nuestra llave del portal y sin poder decidir quién entra y quién sale de nuestra vivienda.

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NOTA.- Este escrito es de hace casi 6 años, del 24-11-2018. Nuestro hijo pequeño, el que se enfrentó a los de arriba, fue denunciado por éstos y el juez, miembro de su familia, le envió a prisión, donde continúa. Los hijos partidarios de centrarse en la gestión, siguen con lo mismo e incluso compiten con los que antaño animaban al hijo pequeño, el que ahora está en prisión (le han traído a una cárcel cercana, para que le podamos visitar), pues ahora acuden también a las reuniones que los de arriba organizan periódicamente en su casa y le han ayudado a modificar su Ley Mordaza.

 Muy recientemente, ayer mismo, hubo en Gasteiz inauguración, a cargo del Rey de España, del Congreso de la ONU sobre Víctimas del Terrorismo. Veintitrés Estados representados, no el vasco, porque no existe desde principios del siglo XVI. Felipe VI apareció acompañado por varios ministros de su Gobierno Central y también le siguió, hacia sus asientos, Imanol Pradales, quien ante los micrófonos, volvió al tema estrella de su maestro Urkullu, el relato:

 “En relación con el terrorismo y la violencia existe el deber de reconocer el daño causado (Urkullu hubiera añadido lo de “injusto”), pedir perdón, condenar aquello que nunca debió ocurrir y asumir responsabilidades. No podemos olvidar ni permitir la construcción de un relato sesgado sobre el terrorismo”.

 En esto coincido totalmente con lo expresado por el lehendakari de esta parcela autonómica, aunque doy por supuesto que discrepamos radicalmente respecto a quién practica el terrorismo y la violencia, quién debe pedir perdón, qué nunca debió ocurrir y quien debiera asumir responsabilidades.

 También estoy de acuerdo con él en que no podemos olvidar y en que debemos evitar un relato sesgado, que es aquel que impide buscar las causas y los responsables. Aunque me temo que también en esto miraremos hacia lados distintos.

 

Begirale

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