Conocer a Elena

Conocer a Elena, a pesar de la crudeza de las cosas que me ha contado y a pesar de que algo parecido a un puño me apretaba el estómago al escuchar sus vivencias, ha sido una de las experiencias más gratificantes de mi vida. El sentir su cariño cada vez que la veo, abandonarme en sus abrazos inmensos, la confianza, la comprensión mutua, el sentirme en familia y al lado de alguien con quien no hace falta explicaciones porque está todo entendido.

Ella me mira con su mirada reposada y quisiera quedarme ahí, perderme en esos ojos verdes que me observan con dulzura. Elena fue una mujer maltratada hasta que decidió sobrevivir, hasta que una paliza casi deja a sus hijos sin madre. Entonces fue cuando se empeñó en quererse, en que se merecía aprender a vivir, aprender a ser feliz y darse una oportunidad. Ella nos lo cuenta.

<<Me enamoré. Empezamos a salir juntos pero nunca supe ver las señales. Quizá hubo un maltrato psicológico, pero yo no lo supe ver. Era celoso, quería siempre retenerme y que no saliera con mis amigas, y había malas caras si lo hacía. Era ya consumidor habitual de alcohol.

Luego ya, cuando empezamos a vivir juntos, no me prohibía que saliera con las amigas, pero si lo hacía  eran miles las llamadas y cuando volvía tenía broncas continuas. Entonces para evitar que se enfadara empecé a no salir sin él. Empecé a tener miedo de sus reacciones. Me hablaba mal de la gente, de mi familia, empezó a intentar separarme de todos. Nunca quería que yo me juntara con su familia, como si se avergonzara de mí, y luego supe que su padre se reía de él porque su hijo salía con una gorda. Por supuesto, él es hijo de padre maltratador y alcohólico. Cuando era pequeño lo castigaba toda la noche de rodillas sobre garbanzos, con los brazos en cruz, y las palizas eran constantes. Aún así idealizaba y defendía a su padre y cuando alzaba un poco la voz todo el mundo agachaba la cabeza. Cada vez que estaba con él volvía enervado, contra mí. Por supuesto, la culpable de que su hijo bebiera era yo.

Es importante resaltar que yo ya llegué a él con la autoestima por los suelos, yo ya era una persona insegura, y él un depredador que supo aprovecharse de su víctima, los maltratadores saben hacerlo muy sutilmente, poco a poco van apoderándose de ti, acabas sometida completamente, como si no tuvieras pensamiento propio, te hacen bajar a los infiernos para que no sepas salir.  Muy pronto yo estaba totalmente doblegada, vencida. Todo lo que yo hacía, por ejemplo estudiar, era una tontería, una pérdida de tiempo. Me dejó muy clarito desde el principio que la casa era suya y que lo debía de tener muy presente. Yo estaba también trabajando fuera de casa y mi sueldo se lo quedaba él íntegramente. Él tenía pufos y deudas por todas partes y había que pagarlos. Si yo iba al supermercado a realizar las compras de la casa me montaba unas escenas tremendas gritándome que era una derrochadora y una niñata y que no sabía hacer nada bien.

Recuerdo perfectamente, como algo grabado en mi mente, la primera vez que me puso la mano encima. Él era muy exigente con la casa, debía de estar siempre perfecta, sin una mota de polvo. Yo tenía que ocuparme de la casa, de la comida, del jardín, de los perros, de los gatos, de las gallinas y luego más tarde también de los niños. Y debía de estar todo impoluto. Aquel día limpié la casa y después de fregar los suelos abrí una ventana para que se secaran. Era una ventana vieja y al abrirla se debió de desconchar un poco la pared y cayó algo de polvo blanco al suelo. Llegó él y empezó a gritar: “¿pero qué cojones es esto? ¿Pero es que tú no sabes ni limpiar?”. Entonces me empujó con fuerza. Yo por entonces ya le tenía mucho miedo, todo lo que hacía era para que él estuviera bien, para que no se enfadara.

Después de aquel episodio empezaron los golpes y también me echaba de casa. Pero siempre regresaba, me camelaba y volvía. Como él sabía que yo adoraba 

a los animales, también los maltrataba, les pegaba unas palizas tremendas. Eso me hacía sufrir muchísimo, intentaba defenderlos y luego la bronca era para mí, claro. Una de las palizas más fuertes que recuerdo es de cuando yo estaba embarazada de ocho meses de mi hijo pequeño. La mayor tenía ya dos años y venía con nosotros atrás en el coche. Veníamos de un bautizo y estaba completamente borracho. Yo estaba aterrorizada, implorándole que por favor me dejara conducir que era peligroso en el estado en el que estaba. Él no me dejaba conducir porque me decía que era una inútil y que no sabía llevar el coche. Empezó a dar volantazos, casi atropella a una mujer que cruzaba un paso de cebra, iba desbocado. Me insultaba: “eres una hija de puta, una sinvergüenza, una puta gorda, una puta vaga”.  Empezó a golpearme la cabeza contra el cristal, yo chillaba. Él paró el coche en un camino, me sacó del coche y comenzaron las patadas en la tripa, golpes en la cara,  sangraba de la nariz. Como estaba tan borracho le pegué un empujón, me monté en el coche y me fui. La niña fue testigo en todo momento, claro.

Otra de las veces que estábamos de vacaciones en la caravana, en el camping,  junto a sus padres, vino muy bebido y con un alto consumo de cocaína y me pego me chilló y yo me meé en las bragas y vino su madre y la empujó. El tuvo otro de sus ataques epilépticos por consumo y se lo llevaron en ambulancia. El médico le dijo que al día siguiente fuera a hablar con el porque eso no era normal y le dijo que él se ponía así de nervioso porque yo era un desastre como mujer y no limpiaba y no ordenaba la ropa. Su madre le daba la razón, a mí me dio un ataque de ansiedad, me desmayé en la cama y una hora después me desperté sin mis hijos. Nadie vino a ayudarme.

Pensé en dejarlo, porque no podía más. Pero si iba a casa de mi abuela y de mi madre iba a trasladar toda esa agresividad allí. Tenía miedo de que las hiciera algo también a ellas. Él para entonces ya odiaba a mi madre, mi madre era el enemigo a combatir porque ella quería sacarme de esa casa. No sabía nada de la violencia a la que yo estaba sometida pero sabía de las borracheras. Así que volví a casa, con mucho miedo.

Empecé a buscar por internet síntomas de una mujer maltratada porque hasta entonces no había sido consciente de que yo lo era. Llamé al teléfono de la esperanza, hablé con alcohólicos anónimos.

Ya no dormíamos juntos, nunca me tocaba, no había sexo entre nosotros porque me decía que con lo gorda que estaba quién me iba a querer tocar, quién me iba a desear. Me pegaba continuamente, me enganchaba del cuello, la comida volaba por los aires, me encerraba en casa y se llevaba las llaves y los teléfonos, he llegado a mearme en las bragas de miedo. Yo ya no trabajaba, el pequeño había nacido y no salía de casa. A veces ni siquiera me quitaba el pijama en todo el día. Me había quitado la tarjeta de crédito, incluso el tabaco, solo me dejaba fumar cuando él me lo decía. Me tenía que sentar en una silla en el salón porque le molestaba en el sofá.

Yo quería irme pero tenía mucho miedo. Mucho miedo y mucha vergüenza. Cómo iba a explicar a nadie por qué había aguantado todo eso.

Llegó el uno de enero. Esa Nochevieja habíamos cenado con mi madre, fue bastante incómodo porque él ya estaba borracho y cenamos en silencio. Yo le había dicho con anterioridad que no viniera a cenar, pero el hecho de que yo le dijera a él lo que tenía que hacer le enervó y dijo que por sus cojones iba a ir. Yo quise quedarme allí a dormir pero él no me dejó, y al final por no liarla delante de mi madre nos fuimos con él. Nos dejó en casa y él salió de fiesta a seguir bebiendo. Llegó a la mañana y se echó a dormir. Al mediodía sonó un mensaje en mi móvil, una amiga me deseaba feliz año nuevo. Se levantó ya gritando que seguro que yo tenía un amante y de la misma me dio un golpe en toda la cara. Ya no paró. Golpes en la cabeza, en el cuerpo, puñetazos, me tiró al suelo, patadas sin parar mientras me gritaba que me iba a matar. Una paliza que duró hora y media. Yo solo pensaba en mis hijos pequeños que estaban echando la siesta y en que la primera víctima de ese año iba a ser yo, me llegué a imaginar a mi madre con una vela.

Después de hora y media él salió de la casa y como pude fui al teléfono y marqué el número de la policía foral. Recuerdo la cara de asombro de la mujer policía cuando me vio, en camisón y cubierta de sangre. Me abrazó. Me dijo que tenía que ir al hospital, que podía tener una lesión interna. Los niños lloraban viendo así a su madre y a la policía allí. Un policía me dijo que tenía que poner una denuncia, yo le contesté. “¿me vas a poner un guardaespaldas?, porque él me ha dicho que si yo lo meto en la cárcel él me mata”. No la puse en ese momento por miedo y así se lo dije y así lo escribieron en el parte. Su obligación era detenerlo por protocolo, de oficio, pero no lo hicieron. Mi madre vino a quedarse con los niños y yo me fui al hospital. Yo tenía mucha vergüenza porque todo el mundo me miraba.

Me fui con mis hijos a casa de mi madre, no pude recoger ni ropa, ni juguetes ni nada, no me dejó coger absolutamente nada. Fue un trauma para mis hijos no solo por los juguetes, sino porque allí se quedaban los animales que tanto querían. Él se presentó allí, amenazó de muerte a mi madre y le levantó la mano, mientras mi abuela temblaba de miedo y mis hijos lloraban. Llamé a la policía foral, eran las 9 de la noche, yo quería denunciar y me dijeron que todos sus compañeros estaban ocupados, que debía hacer la denuncia al día siguiente. Fui a poner la denuncia a primera hora y mientras denunciaba recibí como 30 llamadas de él, el policía vio esas llamadas. Hasta las 6 de la tarde estuve sin sacar al perro porque nadie me llamaba para avisarme si el estaba detenido o no y me daba miedo salir a la calle.

Mi mayor terror a partir de entonces era cuando se llevaba a mis hijos. Me lo imaginaba conduciendo borracho con mis niños en el coche y no podía soportarlo. Recuerdo que algo me hizo click en la cabeza cuando me gritó y golpeó delante de mi hija, ella tendría 1 año y medio y vi en sus ojos que me miraba con tristeza e impasiva, pero el protector de menores, medio tumbado y con cara de aburrimiento, me dijo en una ocasión que una cosa es que ese hombre sea un maltratador y otra es que sea padre, que no podía romper un vínculo afectivo entre un padre y sus hijos, que eso era más importante que el maltrato al que había sido sometida su madre.  ¿Cómo puede ser un buen padre alguien que somete a sus hijos a esa vida? Este verano tenía que entregarlos en el punto de encuentro y me planté. Me he negado en rotundo. Sé que me juego que me denuncie, que me multen y que incluso me retiren la custodia. Pero me niego a que se los lleve.

Vivíamos en casa de mi madre, en unos colchones en el suelo, apenas había muebles porque estaba haciendo reformas. Mi hija me dijo un día: “mamá, eres una vaga que está todo el día tumbada en el sofá, por eso estás tan gorda”. Ahí supe el grado de manipulación hacia mis hijos porque en esa casa no teníamos sofá. Yo era la culpable de todo, yo la había sacado de su casa, se había quedado sin sus animales que adoraba y sin juguetes porque yo les había sacado de allí.

Un año después de separados me volvió a agredir en la calle. Tenía ya varias denuncias interpuestas y orden de alejamiento a 300 metros. Pero me seguía, me vigilaba, me acosaba. Lo único que he conseguido con las denuncias es que le caigan servicios a la comunidad. Ha estado en la cárcel por alcoholismo, pero por intentar matar a su mujer no. Tiene varias órdenes de alejamiento que se las salta, le castigaron con cinco años de condena íntegra y debía haber entrado en la cárcel o en un centro de desintoxicación pero sigue en la calle. Por supuesto parte importante de esta historia la tiene su abogado, que es el mismo que defendió al asesino de Nagore Laffage. A mi me han dado un gps. Es un teléfono móvil que solo con apretar un botón llega a la policía foral mi ubicación. Pero hasta que llegan me puede haber matado. Me quisieron llevar a un piso de acogida y me negué, les dije que ese era mi pueblo, mi gente, que esa gente era la que me custodiaba y que mís hijos estaban empezando a hacer amiguitos y vida normal, que lo encerraran a él. Cuando él tocaba el timbre de mi casa y me amenazaba de muerte, venía la policía, hablaban con él,  le hacían soplar y le decían que se fuera a dar un paseo y se relajara y me dejará en paz. Ni una detención. Fueron por lo menos cuatro veces, yo pasaba vergüenza y tenía que llevar a mis hijos a la habitación del fondo y poner música para que no oyeran los timbrazos ni los gritos desde la calle.

Empecé a trabajar y alquilé un piso para poder vivir los tres, pero como mujer maltratada me corresponde una vivienda de renta baja y no me la han dado. Me he dejado la piel en intentar conseguirlo. Estoy en lista de espera desde hace más de tres años. Tardaron siete meses en darme ayuda social y encima la ingresaron en la cuenta que teníamos en común, por lo que él se bebió mi dinero antes de que yo pudiera acceder a él. Llamé para volver a dar mi nuevo número de cuenta y volvieron a ingresar en la de los dos. Yo viví ocho años en su casa, pero tras ocho años pagando hipoteca, muebles, gastos… ¿no tengo derecho a nada? Con las manos vacías me tuve que ir. Las amigas me dieron ropa porque no tenía nada.

Empecé a ir donde una psicóloga que ha sido maravillosa, que me ha ayudado a empezar a quererme, a aprender a vivir, a aprender a ser persona, a poder mirarme en un espejo sin darme asco, a denunciar porque hasta entonces no me había atrevido a hacerlo, a tener momentos de felicidad que no recordaba lo que eran, a aprender a tomar decisiones. Yo tenía muy asimilado que no era más que una gorda que no valía para nada, que nadie iba a poder quererme ni desearme, que era una inútil. Ella me dijo que, como profesional, le llamaba mucho la atención el grado de vergüenza y sometimiento que yo tenía. Me ayudó mucho los dos cursos de autodefensa personal que hice, me dio seguridad y confianza en mi misma. No sé muy bien qué ha sido más duro, si el maltrato o aprender a salir de él, sin justicia, sin ayuda, con todas las instituciones que te dan la espalda. Menos mal que mi familia y amigas me han ayudado y apoyado, pero las mujeres que no tienen ese apoyo no sé cómo pueden salir del infierno, es muy normal que vuelvan con los maltratadores. Han tenido que pasar cuatro años para que empiece a estar bien, poder remontar económica, personal y emocionalmente. Ahora me siento tranquila, bien conmigo misma, disfruto de momentos en mi vida como estar jugando con mis hijos, sin miedos, sin terror. Celebro mis cumpleaños por todo lo alto porque es un año más que estoy viva.

Cuando fuimos a una movilización de “lunes lilas” mi hija me preguntó: “mamá, ¿te acuerdas cuando papá te dio aquella paliza y estabas llena de sangre? El también intentó matarte, ¿verdad?”>>

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