En los próximos meses viviremos momentos amargos y complicados, ¿pero desde cuando el parto de un mundo nuevo se logró sin dolor?
Hace unos días un apreciado camarada latinoamericano conversaba conmigo por whastapp sobre la situación del proceso independentista catalán. Este dirigente de una organización revolucionaria del país de Salvador Allende y Miguel Enríquez, decía textualmente “¿Oiga, al parecer el Estado español tomó el control total de Cataluña?”. Yo le contesté con un lacónico “Sí”. De inmediato volvió a preguntar, “¿Y existen independentistas que salgan a pelear?”. Ante mi telegráfico “No”, afirmó “Que lamentable”.
Mi nuevo “Sí” fué contestado con un “Bueno, pero no se enfade conmigo, yo soy chileno, no catalán”.
Esta breve conversación, completamente intrascendente para el rumbo de los acontecimientos en curso, sintetiza la perplejidad y el desconcierto en que se encuentra una buena parte de la solidaridad internacionalista con Cataluña, y considero que un considerable sector del pueblo trabajador catalán que defiende la República.
El relato hegemónico entre las personas y fuerzas que en Galiza defendemos el derecho de autodeterminación, que el 27 de octubre saludamos con alegría la proclamación de la República catalana, está condicionado por la lógica pequeño burguesa mayoritaria en la práctica totalidad de las organizaciones que nos autosituamos en el campo de la izquierda.
Sin embargo, no sólo es la carencia de una interpretación de clase, pero básicamente la inexistencia de una línea política genuinamente clasista en el movimiento independentista de Cataluña, lo que nos permite entender, pero no compartir, todo lo que está pasando.
Ante la natural negativa del régimen oligárquico español a pactar con las autoridades autonómicas catalanas un referéndum de autodeterminación, entre permanentes vacilaciones y erráticas medidas, finalmente el Govern siguiendo el mandato del Parlament, decide organizar un referéndum sin la autorización de Madrid.
El 1 de octubre fue la constatación empírica de la firme determinación de un sector muy cuantitativo del pueblo catalán de querer decidir su destino, desafiando la brutal represión española, en lo que fue uno de los movimientos de desobediencia civil más masivos en las últimas décadas a escala global.
En esa heroica jornada la Cataluña republicana logró simbólica y mediáticamente desmontar las falacias del régimen, y demostrar sobre el terreno que un pueblo autoorganizado, que pierde el miedo, puede vencer al más poderoso enemigo.
El seguimiento prácticamente total de la huelga general del 3 de octubre convocada por las organizaciones sindicales de clase, aunque desvirtuada por el Govern y los partidos de Junts pel Sí al mutarla en un paro cívico en “clave de país”, fue desaprovechada para acelerar la declaración de la República.
Se dejó desvanecer deliberadamente el momento subjetivo más álgido del movimiento de masas independentista. Se dejó enfriar una coyuntura sociopolítica magnífica permitiendo la recuperación de un Estado español aún aturdido por el estado de shock, provocado por los cerca de 2 millones trescientos mil catalanas y catalanes que habían participado en una consulta declarada “ilegal” urbi et orbi, en la que venció abrumadoramente el sí a la independencia nacional.
Perdida de la iniciativa por el independentismo
Contra todo pronóstico y básicamente frente a las lecciones de la rica experiencia histórica de la lucha de clases y de liberación nacional, nuevamente la orientación y los pasos a dar volvieron a quedar en manos de los aparatos políticos y de las élites independentistas.
Pero España fue ágil. Esa misma noche un telegráfico discurso de Felipe VI, de facto una declaración de guerra en toda regla a Cataluña, logró recuperar la iniciativa para el régimen.
El unionismo comenzó a disputar la calle como espacio hasta el momento prácticamente exclusivo de la Cataluña rebelde e independentista. El Senado bajo control del PP activa el artículo 155 con apoyo del PSOE, y la respuesta de Puigdemont fue una proclamación de 8 segundos, y la inmediata suspensión de la independencia, en la sesión del 10 de octubre, en aras de no quebrar la “negociación”.
La decepción y desmovilización que provocó este disparo sin pólvora, fue nuevamente aprovechado por el Estado español para presionar a la burguesía nacional catalana mediante diversos recursos: atemorizando con más represión, con detenciones, e iniciando una campaña más propagandística que real de descapitalización de Cataluña.
En este contexto son detenidos y apresados los Jordis, los dos dirigentes de las principales organizaciones de masas independentistas.
La voluntad negociadora expresada por Puigdemont de solucionar el conflicto en una mesa, alcanzó tal grado de comedia cuando a lo largo del día 27 de octubre, entre una nueva crisis en el Govern saldada con el abandono del traidor Santi Vila, el President retrasa y posteriormente desconvoca una declaración institucional en la que tenía previsto anunciar la convocatoria del elecciones autonómicas para evitar a la desesperada que el Senado activara el 155. ¡Misión imposible!, que básicamente supondría un grave incumplimiento del mandato popular del referéndum de autodeterminación.
Pero ante la falta de garantías de cumplimiento de las demandas mínimas exigidas por el Govern para desactivar una nueva proclamación de la independencia, con el PNV como interlocutor entre ambas partes, las posiciones inmovilistas españolas, derivadas de la involución y fascistización del régimen postfranquista, provocan un giro copernicano. Finalmente en esa misma tarde en una fría sesión del Parlament la bancada independentista aprueba sin gran entusiasmo la proclamación de la República catalana.
Pero de nuevo, contra todo pronóstico siguiendo la lógica de mi camarada Marco Riquelme, no se avanza en la implementación de esta decisión histórica. El independentismo más allá de una macrofiesta y de unos discursos de Puigdemont y Junqueras en las escaleras del Parlament, entre un baño de alcaldes, con ciertos barnices épicos, vuelve a dar un paso atrás.
Nuevo capítulo del golpe de estado
En cuanto el Senado aprueba el artículo 155 y convoca elecciones autonómicas el 21 de diciembre, en lo que es un nuevo capítulo del golpe de estado contra Cataluña promovido por los partidos de la oligarquía [PP, PSOE e C´S], con una tibia oposición de Podemos e IU, las fuerzas independentistas optan por no activar la resistencia, por no aprobar en el Parlament las primeras leyes republicanas, renunciando a defender sus instituciones, controlar el territorio y a desafiar el Estado español mediante la convocatoria de una huelga general indefinida, con cientos de miles de personas colapsando las vías de comunicación y las infraestructuras estratégicas, para forzar la verdadera negociación sobre los términos de cómo se produce el traspaso de poderes y la salida ordenada de España del territorio catalán.
Con una Cataluña intervenida y ocupada de facto por un pié de fuerza de más de 10 mil efectivos de las fuerzas coercitivas del Estado español, Puigdemont, acompañado por mitad de su Gobierno, opta por refugiarse en Bruselas para evitar entrar en prisión bajo la acusación de “rebelión, sedición y malversación de fondos públicos”.
En este contexto de represión in crescendo en el que son cesados más de 200 altos responsables de la Generalitat, y controlados sin resistencia alguna los Mossos de Esquadra por el Minsterio español de Interior, el independentismo, sin la confirmación definitiva de la CUP, opta por participar en las elecciones autonómicas convocadas por España.
De inmediato, tiene lugar el segundo gran golpe represivo, con la detención en la tarde del 2 de noviembre del vicepresidente Oriol Junqueras y siete Consellers por órdenes de la “Audiencia Nacional”, y una orden de captura internacional contra Puigdemont y el resto del Govern legítimo de Cataluña refugiado en Bélgica.
Nuevamente la represión funciona como activador y aglutinante, sacando a las calles decenas de miles de personas indignadas por la detención del Govern.
La Intersindical-CSC anuncia huelga general para el 8 de noviembre. Medida imprescindible para recuperar la iniciativa. Sólo la clase obrera catalana, con la solidaridad activa del conjunto de los proletariados del Estado español, podrá consolidar la República, provocando una herida mortal en la monarquía y en el corrupto y criminal régimen del 78.
En los próximos meses viviremos momentos amargos y complicados, ¿pero desde cuando el parto de un mundo nuevo se logró sin dolor?
Condicionantes a superar por la dialéctica de los hechos
La génesis y desarrollo del procés, edificado en base a un conglomerado muy plural de fuerzas políticas y sociales, que oscilan entre el neoliberalismo y una difusa izquierda anticapitalista, condiciona el futuro de la actualmente virtual República catalana.
Seguir creyendo en el empleo exclusivo de la práxis pacifista, de la no violencia como principio indiscutible y permanente, en la eficacia de los 198 métodos de desobediencia civil elaborados por Gene Sharp en el manual De la dictadura a la democracia, es a día de hoy más que una simple ingenuidad infantil, expresión de la más pura creencia metafísica. Es no querer asumir que España está dispuesta a sacar los tanques y la Legión para aplastar a sangre y fuego los anhelos de libertad del pueblo catalán. Es no querer ver que Ghandi venció el colonialismo británico no por sus prédicas pacifistas, pero si porque la emergente República India contaba con centenares de miles de fusiles.
“Marx afirmó en 1848 y en 1871 que existen en una revolución momentos en que abandonar una posición al enemigo sin combate desmoraliza más a las masas que una derrota sufrida en combate”. [Lenin, “El significado histórico de la lucha en el seno del Partido en Rusia”].
Continuar confiando en que la UE va reconocer la nueva República, a medida que las más mínimas márgenes de diálogo y negociación desaparezcan por la intolerancia española, es negarse a aceptar la naturaleza de ese espacio económico imperialista conformado por Estados contrarios a cualquier alteración de las fronteras de sus respectivos mercados que contribuyan para a su desestabilización interna y puedan provocar una crisis superior al Brexit.
¡Hasta Portugal fue desagradecido, no correspondiendo a la contribución histórica de la rebelión catalana contra Felipe IV, para el inicio de la restauración de su independencia nacional en 1640!
Tradición combativa
La Cataluña contemporánea posee una rica tradición combativa e insurgente. El independentismo en la década de los veinte del pasado siglo se dotó de las milicias “Escamots” promovidas por Estat Catalá, destacando la fracasada tentativa de declarar la República en los fets de Prats de Molló. El movimiento obrero anarcosindicalista se dotó de grupos de autodefensa [“Los Solidarios”], activos entre las dos primeras décadas del siglo XX para hacer frente al terrorismo patronal, germen de los posteriores Comités de Defensa de la CNT. Las marxistas POUM y PSUC contaban com milicias obreras. Fue el proletariado en armas quien derrotó el golpe fascista de 1936 en las calles de Barcelona.
La guerrilla antifranquista estuvo muy presente en Cataluña en la década de cuarenta. Durante el franquismo hubo experiencias notables de lucha armada [Exèrcit Popular Catalá (EPOCA), Front D´Alliberament Català], y en período del postfranquismo Terra Lliure.
Sin embargo, parece que el karma del binomio protestas “pacíficas y democráticas” que repiten como loros todos los portavoces del independentismo, a lo que a veces se suma el concepto “cívico”, determina aparentemente el consenso de la acción teórico-práctica del conjunto del movimiento republicano catalán.
El factor tiempo puede ayudar a la resistencia catalana, pues la recesión que los economistas pronostican padecerá el Estado español en 2018, el descontrol del déficit y la caída tangencial del PIB, son espadas de Damocles que aunque la oligarquía oculta, pueden favorecer las expectativas de la República emergente.
Pero no podemos desconsiderar la evolución fascistizante del régimen, que no descartará un desplazamiento hacia una democracia burguesa de corte autoritario, inspirado en el modelo turco.
Llegados a este punto, con parte del Govern detenido y la otra en el exilio, en prisión los líderes de la ANC y de Òmnium, la previsible detención de la Mesa del Parlament, la CUP amenazada de ilegalización, con un Estado español en plena deriva autoritaria, cohesionando así importantes segmentos de la población alrededor del discurso supremacista y chauvinista español que justifica toda forma de represión, con unos medios de [des]información aplicando con entusiasmo la doctrina de Goebbels, ¿cuál es la estrategia a seguir para construir la República catalana?
Salvo Finlandia [diciembre de 1917] y Eslovenia [junio de 1991], que si alcanzaron su independencia de forma “pacífica”, aunque en el país nórdico hubiera una cruenta guerra civil en los meses posteriores, y en el balcánico unas escaramuzas saldadas con diez víctimas mortales, no existen casos en la Europa del siglo XX en que la nación opresora permitiese pacíficamente la independencia de la nación oprimida.
A pocos días del centenario del inicio de la insurrección obrera que permitió el triunfo de la Revolución bolchevique debemos leer Lenin, extraer lecciones históricas que permanecen plenamente vigentes. En el “Estado y la Revolución” encontramos respuestas teóricas perfectamente aplicables a lo que hoy sucede, pues “los grandes problemas de la vida de los pueblos se resuelven sólo por la fuerza”.
¿O consideramos obsoleta la declaración del I Congreso de la Internacional Comunista [marzo de 1919] de que la “República burguesa –inclusive la más democrática- no es más que un aparato que permite a un puñado de capitalistas aplastar las masas trabajadoras”?
El PP, la organización criminal que ostenta el gobierno español es una banda que representa los intereses de una voraz y violenta oligarquía que está dispuesta a emplear toda la fuerza imprescindible, primero contra Cataluña, y si esta es derrotada, posteriormente contra los pueblos que no nos dejamos asimilar, pero también contra toda forma de disidencia política y social, para perpetuar sus obscenos privilegios.
No nos dejemos arrastrar por el relato hegemónico de barniz democraticista y legalista pues “el pacifismo y la prédica abstracta de la paz son una forma de embaucar a la clase obrera y que no se rebele contra su opresor”. [Lenin]
Los procesos históricos son testarudos y existen una serie de leyes históricas que antes o después prevalecen, liberando a los pueblos y a la clase trabajadora de las hipotecas y limitaciones impuestas por relatos idealistas. ¿Porque el conflicto entre Cataluña y el Estado español va ser un caso excepcional?
Pase lo que pase, siempre con la Cataluña insurgente que no se resigna a renunciar a su libertad.